NO POR IR RÁPIDO SE LLEGA LEJOS

Diosa musical


En algún momento de la historia la música se separa de los cuerpos.
El hijo es parido y ya no está en el interior de la madre música. En realidad, se pare a sí mismo.
Los sonidos ya no son organizados ante todo sobre una función motriz, kinética.
Y se aleja de la magia, de un efecto sobre las prácticas.
La música es cosificada, se vuelve una cosa y así le es confiscada al todo del momento divino. Es arrancada de su aura y lo aurático, que siempre impacta como un aquí y ahora, sobre el momento y sobre un cuerpo que siente, que no contiene lo sensorial, que es atravesado por la vivencia sonora. Como un rito, unido a un más allá que es traído a la situación experienciada. Porque la música es un gobierno sobre el cuerpo, organiza prácticas y les da sentido.

En algún proceso del devenir de la historia, la música se transforma en disciplina. Ya no es el aquí y ahora sonoro, sino que se convierte en La Música, lo musical. Es racionalizado, y es estudiado, es puesto sobre rieles de progreso, medido por una perfección, un ideal de la música: el buen sonar.
Y claro, para haber un buen sonar, se debe distinguir de algo, de un mal sonar.
El mal sonar es puesto en un lugar lejano de la razón, que no la haga peligrar; así, es atribuído a lo otro, a la otredad que es puesta en el espacio de lo no racional. En el pueblo “bárbaro”, en lo que está del otro lado de lo “civilizado”, que se se vuelve civilizado en un plano de lo nombrable, montado sobre una valoración de su interior, la razón categorizadora, es (auto)reconocido como del orden de lo civilizado.
Hay una escisión, una secularización. Es el enfrentamiento y el control sobre todo lo que sea considerado desordenado, pero sobre todo, que sea vinculado a lo denominado como irracional, como una clasificación que funciona rígidamente. Y en lo irracional está lo mágico.
Por medio de la razón, el ritmo de los dioses profanos, se vuelve el ritmo del hombre (por supuesto, del hombre civilizado). Y lo racional conecta con la idea, con un idealismo superior, elevado, pensante, de un estadio de una supuesta mayor evolución, cabalgando sobre el progreso, al cual se accede por la puerta del orden, mientras lo otro se postra sobre el lodo de lo inferior, de lo menos evolucionado, alejado del progreso, antiguo, corporal, que no es lo elevado.
Y el ritmo ya no irrumpe desde y hacia el movimiento, desde lo sonoro que contagia la sangre, ya la música no sucede en el sitio, no es acontecimiento irrepetible, no es experiencia situada, no se experimenta jugándola, tanto los que la hacen sonar, como los que la “escuchan” -un escuchar constante, no atomizado- desde el cuerpo.
En cambio se compone y se ejecuta acercándose a la idealización de esa composición. Composición que en algún mundo superior contiene su perfección. Se diseña un mundo de las verdades, donde los sonidos son el sonido correcto. Y se debe sonar como ese sonido perfecto, cercano al bien.
Así, la música ya no está donde sucede, está en otro lado sacralizado, el paraíso de las buenas formas musicales, que por supuesto, se asocian a formas de modales, los buenos modales.
El proceso debe adoctrinar ese vivir la música, porque se lo imagina cercano a las pasiones y es símbolo de peligro. Es un cuerpo libre que baila. Debe ser racionalizado, poder anticipar sus prácticas, contenido, que se ajuste a un baile estandarizado: el baile fino, el buen bailar, correcto, noble, cortesano y pautado; es acordado, se ajusta a un contrato social que hace suponer que no pone en peligro a esa sociedad.
Entonces, la otra música que fluye, que corre y no se detiene, que es constante y pone a sus bailantes junto con esa continuidad, los aloja en su seno y ellos se arrojan a su fuego, esa otra musicalidad que se une con ellos, existiendo en tanto unidos y recorriendo el espacio juntos, es mediante esas estrategias de control, detenida, discontinuida y llevada a la hoja, a la nota medible. El sonido es matematizado y separadado en partes, en un alfabeto de sonidos, un código. Esto se da como si de una disección se tratara, es estudiada clinicamente, operada, descuartizada. En la operación quirúrgica, se le extirpa lo enfermo, lo podrido, el mal de lo incontenible, de aquel baile que no se detiene y no es contenido por una carne física que se separe del entorno que es atravesado por las vibraciones que recorren el lugar en el que el cuerpo vive y late en su aquí y ahora.
El ritmo alegre, alegra (y no es que haya un ritmo que es esencial y universalmente alegre, sino que para una cultura, para sus cuerpos que reciben ese ritmo, es generador de alegría, y para otra -aun si es de la misma sociedad-, puede producir otra cosa). Pero la alegría no tiene buena fama en ese momento en que el proceso hace caer lo considerado banal, que es lo que portan esos otros sectoeres rotulados de “bajos”. Todo lo que se identifica con los individuos de ese conjunto social, es despreciado. Las fiestas, carnavales y ritos con que se identifica, son perseguidos, prohibidos o apartados. Ese modo alegre, simbiótico, que tiene de vivir esas festividades, será reducido.
Pasa a haber una aspiración de un sentimiento más elevado, más profundo, que tiene que ver con algo idealizado como “bello”. Es asociado a una pasión que es sana, a sensibilidades altas que tienen que ver más con la idea correcta, con un efecto preciso que impacta en un lugar más hondo, más cercano a un centro que es depositario de la verdad.
No se trata de simples halabanzas a algo que sería más puro, en absoluto. El foco debe estar en que existen distintas formas de relacionarse con la música, un elemento vital en la constitución de identidad de los sujetos en una comunidad, que los encuentra, que es componete decisivo en accionesde culto, que agrupa y desagrupa colectivos, conforma lazos y cambia imágenes.

Ahora el ritmo es estudiado desde la rítmica, y desde ahí vinculado a un sentimiento con nombre en particular. El ritmo se torna disciplina de la rítmica. Es teñido de civilización.
Pero desde luego, también hay un existente rasgo de orden sonoro que se altera, hay otra sonoridad, una nueva afluente de formas de sonar -que luego serán llamados géneros o estilos.
El ritmo caótico, oceánico, ese mar bravo que vuelve gotas a sus bailantes, un mar que es existente por sus gotas, es contenido, es estilizado. El mar entra en un recipiente.
Porque lo que ha cambiado son esos cuerpos, portadores ahora de la razón, del pensamiento positivo, separado. Por tanto, han de relacionarse distinto con su mundo. Es ese pensamiento vinculado a un nuevo trascendental, que está en otro lado, en un sitio separado de este, que es criticado, que se autocritica y se reconoce como en vía de un camino de progreso, y que por eso tiene un mañana más próspero cuya contraparte es un hoy menos pleno.
Cambiados esos cuerpos, cambiada esa música. Y hay circularidad.
Pero también la piel resiste, y se esconde en lo popular, en la cultura subalterna.
El sonido es estilizado y se ajusta a un modo de sonar que es visto como correcto, desde un enfoque etnocéntrico, con sus propias creencias que son autojustificativas de la puesta en marcha de todo un aparato de control que se despliega mediante dispositivos y herramientas precisas de una estrategia determinada.
Así, debe sonar de una manera. Es un proceso de estandarización. Todo se vuelve igual, la nota que suena así, debe sonar como ese modo de ser ideal. Se unifica sonidos en canciones, y la canción debe sonar como esa canción es en su forma del bien, como suena cada nota como se halla escrita en una partitura. Las notas son montadas sobre líneas matemáticas que jamás se tocan con la piel. Y son impalpables en muchos sentidos, ya que no se las vivencia corporalmente en la carne.
Lo indominado tiene que ser dominado. La música cósmica debe volverse la “adecuada”, la que es leída como la correcta, donde no hay desborde sino que hay previsión.
En ese medir el sonido, también se investiga con nuevas sonoridades, surgen también otras diversidades. Porque el sonido jamás es del todo dominado. Así es que es vinculado también a un espacio casi sacro, el de las Bellas Artes. Y tiene el prestigio de ingresar a un espacio que es cargado con cierta idea de creación libre, de una imaginación divina.
Claro que volviéndose cosa puede adaptarse a un sistema mercantil preciso, volverse mercancía, comerciada, puesto a disposición de una industria de producción, venderse y comprarse, puesta en vidrieras, adquirida y coleccionada, es transporatada a una casa donde se la escucha en forma privada, personal.
En la casa, también es escuchada a solas, y hasta quizás oculto del ojo ajeno, en un lugar que se la pueda bailar libremente. La libertad del baile está encerrada, se la encuentra en el encierro. O quizás haya que ser menos auspicioso, y decir que se la busca, preguntándose si se la encontrará. Sí, algo se encuentra, pero sin la fusión del cuerpo del otro, sin que se produzca el cuerpo compartido, unido, fundido, no será necesariamente igual.

Por su pasado de apasianodor, pero también por las propias potencias que la música porta, no puede ser separado del todo del cuerpo.
Y la música es asociada a ciertas prácticas precisas, a acciones que son cuantificables y nombrables: ir a una disco, que acompañe en el espacio de la casa, generar clima en un bar, escucharla en un recital en un estadio o en un teatro -lo que demuestra que en algunas dimensiones, sigue existiendo la música vinculada al hecho de que los cuerpos se tocan, saltan y empujan, buscando unirse; pero también está en un sujeto que ingresa un teatro y se ubica en una butaca precisa, un teatro que ahora es silencioso y donde se tiene que escuchar de un modo fino y delicado.
Sin embargo no permite ser totalmente administrada: existe esa combinación. Sigue la música a veces produciendo ese momento de sensación de totalidad, el momento de la magia, de fusión del todo y la nada.

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