NO POR IR RÁPIDO SE LLEGA LEJOS

Luces en la habitación

La danza total, con cada elemento siendo parte del movimiento rítmico, sin distracción, pero tampoco exigencia. Colores por toda la habitación; un arcoíris derretido, hecho magma entre las paredes que son los límites invisibles del universo, eso que resulta imposible imaginar para la mente racional. Nebulosas de brillos con celeridades variantes. Tonalidades vivaces que se entremezclan, diversas formas amorfas en la distancia sin límites, como colores en sí mismos, ellos eran las vibraciones de un cuadro de Kandinsky: la pasión del rojo se fusionaba con la suavidad del violeta, compartida con un amarillo de cálida frescura.
Esa era la paleta de colores que no había sido formada por ninguna otra paleta, algo impensable para la historia, ese era el punto de partida.

Esa otra caverna de Platón, desde allí se proyectaban las sombras de su vida, ya que todos los amores que verían, serían sólo escenas de lo que sucedía en ese instante en esa habitación. La pieza originaria, la cueva platónica matriz de todos los cuartos en los que dejarían sudor los años posteriores –agua salada, nada más. Toda esa luz sería el útero de las demás luces de sus existencias. Esto era la luminosidad sin explicación físico-química; las otras, serían iluminaciones que proyectan sombra. El resto de sus experiencias amorosas, serían nada más que eso, resto, repeticiones de fragmentos de lo que nacía en ese espacio sin dimensiones aislado del universo euclidiano.

No importaba saber qué era eso, pues nada se le parecía.

¿"American Way Of Life"? (Parte II)



Eric Hobsbawm proponía, a efectos del análisis, suponer un largo Siglo XIX, que fuera desde la Revolución Francesa –con sus ideales y los modernizados Estados-Nación-, hasta la Primera Guerra Mundial –una guerra del imperialismo que, de hecho, terminaría con lo que para el fue “la era del Imperio” (una de las tres eras con las que subdivide al Siglo XIX). Así, también el Siglo XX no se correspondería con un “siglo calendario”, y él lo segmenta como un período que abarca entre la Gran Guerra de 1914, atravesada por la Revolución Rusa, hasta la caída final de la unión Soviética, en 1991.

Con esto, el historiador británico sugiere como eje estructurador del Siglo XX, el enfrentamiento del mundo Capitalista Occidental, con el mundo Soviético.
No es igual la lectura que hace otro historiador como Marc Nouschi, quien busca otra fecha simbólica que dé cuenta de lo que para él es el semblante más destacado del Siglo XX: el advenimiento de Estados Unidos como principal potencia económica, política, militar y cultural (hegemónica en términos gramscianos). Pero de todos modos, no quiere decir que esta perspectiva sea opuesta a la de Hobsbawm, y resulta útil para pensar la consideración que aquí se sostiene.

Si Hobsbawm proclama que el fin de “la era del imperio”, se sucedía hacia 1914, no lo hace entendiendo que los años sucesivos fueron los de los pueblos libres y autónomos, los de la NO influencia de los Estados-Nación más poderosos sobre los que serían llamados “Tercer Mundo”, “subdesarrollados”, en vías de desarrollo”, etc., sino que su enunciación pasa por enfocar que el dominio y el control ya no serían sostenidos por la ocupación territorial directa, por la expansión de los países y sus mercados por vía militar y sujeción forzada, sino que esa hegemonía consistiría en otros términos, más ligados a la intromisión financiera (algo que no estaba excluido en anteriores etapas, aunque no era lo predominante), y al ingreso cultural (algo que no excluye la dominación violenta en determinadas situaciones, aunque no será lo imperante), como polos de un círculo que se retroalimenta.

Los flancos por los que los sucesivos gobiernos de los Estados Unidos intentarían influir sobre los países del por entonces denominado Tercer Mundo, serían múltiples y variantes de acuerdo a las geografías y al momento histórico, pero simplificando podríamos clasificar: una influencia a partir de lo económico-financiero (desde el ingreso de empresas y la dirección mediante corporaciones, hasta los préstamos o la imposición del patrón dólar); una mediante imágenes (productos mediáticos masivos de las llamadas Industrias Culturales: obras musicales, films, programación radial, televisiva, revistas, etc.); influencia por lo político (pactos y tratados vinculados a la diplomacia, el apoyo a ciertos gobernantes en desprecio de otros, la abierta manifestación respecto a determinados casos); a través de temáticas (apoyada en la influencia de imágenes puede caracterizarse una nómina de temas a tratar que ocuparían las agendas, muchas veces con directa demarcación sobre qué y cómo se trataban); sobre lo corporal (por la entrada de imágenes, habría una idea que buscaba posicionarse como hegemónica sobre lo estésico, de la apariencia física, de la proxémica y el movimiento, pero también el ingreso sería arquitectónico y edilicio, demarcando recorridos para el cuerpo, distancias, etc).

Como se dijo, estos influjos no siempre descartaban definitivamente la dominación por vía bélica, pero tal como la mayoría de los pensadores acuerdan en señalar, esto sería más bien una salida de emergencia que, más allá de los apreciables beneficios económicos que podía generar, acarreaban complejidades para la imagen pública del gobierno oficial, y por extensión del país estadounidense (o del país en cuestión, ya que lo mismo cuenta para Inglaterra, Francia –o la URSS aunque con otras características), el ideal norteamericano, y hasta el Capitalismo mismo.

Estas intromisiones son clasificadas y separadas solamente a instancias del análisis, mas en el devenir histórico material, es más que lógico encontrarlas entrelazadas, diluidas y como formando parte del mismo proceso siempre dinámico y conflictivo, en efecto, el práctico funcionamiento únicamente era esperable a partir de la puesta en marcha de todas estas fuerzas operando juntas (lo veremos más adelanta en el acercamiento hecho a partir de lo que M. Augé denominó “no-lugar”). Así, no deben ser comprendidas como un compendio de puntos, sino como tensiones y relaciones de poder que tienen por meta la administración de las elecciones, formas de ver los acontecimientos y las acciones concretas de los entes (sujetos o grupos, hasta empresas comerciales o gobiernos), al nivel de las macro estrategias de las fuerzas de gobierno e instituciones transnacionales; cabe sintetizar, un proyecto de hegemonía sobre lo cultural (comprendida desde la óptica de Antonio Gramsci y Raymond Williams, a partir de prácticas, valores y significaciones, podríamos decir, “cosmovisión” en sentido amplio, un ethos o “habitus” según Bourdieu) como dispositivo fundamental en la estrategia de lucha contra la URSS y sus satélites, pero también contra todo lo que entorpeciera los proyectos norteamericanos y de sus principales aliados.

Resulta interesante retratar un fenómeno particular de los nombrados, con el fin de ilustrar el peso de las influencias sobre los aspectos culturales, que se darían en la época y generarían que tantos investigadores hablaran de “Americanización” como una consecuencia casi mundial, íntimamente reforzada y combinada con la Globalización. En esta línea, podemos servirnos del concepto de no-lugar aplicado por el antropólogo Marc Augé, para entender la relevancia de la influencia en relación a las estructuras mobiliarias. Influencia que tiene que ver con la introducción de estéticas y preformativas de prácticas desde las zonas hegemónicas dominantes, hacia los mercados dependientes.
Desde luego, también puede hablarse de intercambio, reutilización y demás figuraciones que denotan cómo muchos receptores se apropian de los elementos ingresantes, o cómo también estos elementos se encuentran marcados por esas zonas de recepción. Aun si aceptaramos la propuesta de Frédric Jameson, sobre aceptar al pastiche como la forma posmoderna por excelencia que adquieren los bienes culturales, combinándose y mutando mutuamente –como una figura que casi involuntariamente se convierte en la predominante que reproducen los sujetos; un funcionamiento que marca al modo de producción-circulación-consumo del Capitalismo de fines del Siglo XX-, debiéramos de tomar recaudos para no minorizar la fuerza de los flujos que derivan de las regiones hegemónicas. En suma, el panorama no es el de un sistema absolutamente administrado como imaginaban Huxley o Orwell en sus ficciones, ni el de un individuo que elige con una libertad sobrevalorada como el que hallaron Morley o Grossberg en sus investigaciones.

Los lugares que habitamos nos habitan, los recorremos al tiempo que nos recorren. La ciudad es una geografía que vivimos y nos vive, en la que conviven diferentes grupos y clases sociales no homogéneos, en la que discursividades disputan entre sí y se disputan lo que con el paso a la Modernidad se ha dado en considerar “espacio público”. Los muros hablan, con frases pintadas, como “la imprenta de los pueblos”, en palabras de Rodolfo Walsh, pero también con sus afiches oficiales o su pulcritud, y también imponen recorridos a los pasos. En la ciudad las cosas pueden hacerse de muchas maneras, pero no de cualquier manera; existe diversidad, pero no por ello se anulan desigualdades, ni implica que no haya sectores y alianzas de clase dominantes.
En este contexto, cabe retomar el desarrollo teórico de Marc Augé sobre lo que él dio en llamar no-lugares, para explicar lugares que funcionan como sitios de tránsito, que carecen de un valor identitario para quienes los recorren, son ámbitos que por su distribución de los espacios, implican el no-contacto (físico o verbal) o la comunicación inmediatista. Augé ejemplifica con lugares como las autopistas, los aeropuertos, o las grandes estaciones de trenes y buses, pero las aclaraciones también son válidas para lugares que no tienen que ver específicamente con el transportarse de un lugar a otro, ya que asimismo puede aplicarse la definición de no-lugar a áreas como las que se recorren diariamente en supermercados, salas de cine, algunas casas de cómida, cadenas hoteleras, casinos, etcétera. Además, son pronunciados como lugares que mantienen estandarizadas sus apariencias, normalizado el estilo de su mobiliario y en mayor o menor medida, también las acciones que allí se desempeñan, y cómo se desarrollan. Todo esto, medianamente reproducido en todo el mundo capitalista occidental, de modo bastante regular y estable, más allá de las presiones que ejercen las características de cada enclave en que se asienta. En el decir de Marc Augé, son lugares carentes de rasgos identitarios, y por ende, que no producen identidad alguna, son sitios de anonimato, donde no se es una persona particular, sino apenas uno más allí.

No quiere decir que toda sala de cine, que toda cámara de teatro o casa de comida sea un no-lugar, muchos son igualmente cargados con un valor de culto, son preciados bienes culturales con una historia específica o con estéticas que en lo cotidiano se vinculan a lugares cargados con valores simbólicos que no necesariamente tienen que ver con las de los no-lugares (desde luego, esto es válido para emblemas culturales de cada ciudad, pero no lo es menos para ciertos lugares de comida típicos o bares más vinculados a la actividad grupal y el intercambio comunicativo). De cualquier forma, son importantes las condiciones que el espacio de un lugar propone, pero no es en sí mismo que define las posibilidades a quienes lo recorren, que pueda o no ser definido como un no-lugar, está en el uso que se hace de él y en las consideraciones particulares que se le dan –a modo de una institucionalidad o un imaginario sobre él-, no se determina únicamente por su “genérico” (el hecho de ser cine, casa de comida, paseo de compras, etc.). (Esto sin adentrarse en las multiplicidades que derivarían de un análisis de lo subjetivo, lo cual mostraría diferentes formas en que los sujetos transitan un no-lugar.)

La modalidad de sistema de mercado que profundizaría el sistema capitalista en el Siglo XX, tendría en sus mayores potencias económicas, pero sobre todo en Estados Unidos, el epicentro de gran cantidad de cadenas de supermercados, de comida rápida, de determinados comercios, de , parques temáticos, etcétera; lugares de consumo que serían elevados a una posición central, como los templos de la posmodernidad. Con todo, quizás uno de los puntos más relevantes en el aspecto edilicio, de aquel proceso que algunos formalizaron como “Americanización”, sea la trascendencia de haber logrado convertir en no-lugares, ciertos espacios estandarizados íntimamente ligados a su devenir cultural. Es allí donde puede observarse el nervio del funcionamiento hegemónico, de relaciones de poder que efectivamente han cristalizado y logran reproducirse: en la universalización de estos espacios, y la naturalización de su presencia.

Si se toma en cuenta las consideraciones que el antropólogo Augé da sobre un no-lugar, las consecuencias sobre la reproducción mundial de estas estructuras, parecen claras y para nada deberían resultarnos ajenas.