NO POR IR RÁPIDO SE LLEGA LEJOS

Bruma conocida

Cuando no querés escuchar la respuesta pero preguntás igual.
Preferís no ver y los ojos se niegan a cerrarse.
El sabor tiene algo de original, aunque no está claro si es amargura o qué.
¿Es cierto que la obsesión-enamoramiento es producto de un futuro que ilusionamos?
Desmentís lo evidente, te tapás los oídos repitiendo lo que quisieras escuchar.
Te acaricias a vos suponiendo estar en compañía: el mismo comodín recurrente para tapar el hueco.
Los truenos de un cielo soleado mutan en flores que crecen del barro.
Lo neutral te parece estupendo; lo que sufrías, ahora es minimizado; lo que reías, es magia para colorear tu eternidad.
De la evaporación resurgió la corriente del río, que corre y arrastra, limpia y se limpia contra las piedras del tiempo.
Fluye sin estancarse, evitando volverse espuma.
Hace falta acelerar, y te detenés en pequeñeces agigantadas por los temores que antes creías tener superadas.
Te da miedo la confianza ajena, antes te resultaba más fácil, cuando las ataduras conducían a tus pies, y las dudas eran del otro.
Era sencillo entonces aparentar seguridad, mas hoy la luz revela la poca convicción (y la perversión manipuladora y lo macabro y el dispositivo y la estrategia y...).
¡Cuánto pánico porque tus consejos hayan sido útiles! Y vos, ¿los sabrás implementar? Qué difícil prestarte atención.

Elefantes oníricos


Recorrer las no-formas, universos caóticos y valles tranquilos del cuerpo y la mente.

El lenguaje funciona como performativo de una realidad que nunca se presenta como cerrada y definitiva, que se desarrolla en procesos, en flujos, acontecimentalmente.
Asignar palabras a fragmentos de esa realidad es un modo (¿inevitable?) de formalizar esa realidad referencial, pero por más que a causa del uso corriente de las palabras, nos parezca que con ellas se define transparentemente lo real, esto que aquí debo llamar “real” (como si hubiese una unívoca realidad), siempre desborda cualquier nomenclatura, dejando una estela que persiste por fuera de la delimitación que impone la palabra con que se lo llama. Esta estela, como un brillo o un espejismo, constantemente ejerce presión sobre los límites formales del nombre con que se llama a la cosa, deformándolos, inmiscuyéndose en ellos, poniendo en cuestión los significados que tenemos como aceptados.
El Sueño de los Elefantes (domingos a las 18:00 y 20:00 en el Teatro Ciego, Zelaya 3006, Buenos Aires) es un ejercicio formidable para comprender a través de la no-comprensión, para des-comprender las palabras y las estructuras, (re)conocer aquellas formas que son desplazadas a la periferia por esos alambres que tienden las palabras y las discursividades que se ponen en juego en la circulación social de sentido. Todo esto, nos exige inevitablemente entrar en contacto con nuestras historias personales, con las creencias y vivencias más íntimas que han marcado nuestro cuerpo, ya que nos deja desnudos de significados consensuados socialmente (esos que muchas veces utilizamos para evitar la molestia de comprometernos con lo que sentimos).

Música, sonidos, aromas, olores, contactos, acercamientos, la construcción del espacio, imágenes que se nos aparecen sin ser conducidas, el sentir del cuerpo maximizado por el despertar de los sentidos que no son la vista -el más privilegiado en la cultura occidental contemporánea-, son convites a los que El Sueño de los Elefantes nos invita con responsabilidad, de un modo onírico, lisérgico y lúdico a la vez, como una nave conducida por habilidosos navegantes de tormentas y mares calmos, que nos llevan a recorrer mundos inexplorados, y algunos sitios que ni siquiera pueden medirse en las dimensiones que conocemos.

Ante todo, resulta formidable la propuesta de no-relato que se lleva a cabo.
Acostumbrados a “leer” el mundo y la historia (nuestras historias) de una forma cronológica, muchas veces ligada a la linealidad de estímulo-respuesta, al encontrarnos ante una experiencia sensorial con la que no es usual enfrentarse, más ligada a la abstracción, la vivencia de El Sueño de los Elefantes pone en funcionamiento “códigos de lectura” que nada tienen que ver con aquella racionalidad con la que suele interpretarse el mundo. ¿Espirales de sensibilidad? ¿Nebulosas de sentido? ¿Agujeros negros en nuestro ser? Solamente quien experimenta lo que se vive en esa sala, sin hacer uso de la vista, y alejado de la noción del paso del tiempo, puede intuir qué ha sentido.

Esa falta de códigos para entender los estímulos que a la piel llegan/atraviesan, activa modos de percepción con los que habitualmente no entramos en contacto, y se conecta directamente con zonas del cuerpo y la mente que no es usual recorrer, llevándonos a experiencias para las cuales no contamos palabras para definir, sensaciones que son sentidas y vividas en profundidad, sin las barreras formales de la lengua. El encuentro al que nos lleva el extravío.

La idea de una anti-obra (exclusión de la vista; nueva temporalidad en algo que cuesta llamar “relato”) nos conduce a sensaciones/sentimientos que la cotidianidad dominante no se interesa por visitar/conocer: un viaje por galaxias desconocidas; la impresión de retornar al vientre materno; de pasar a formar parte del todo y la nada, y muchas otros ¿efectos? para los que no existen palabras (y tal vez no sea necesario ni siquiera preocuparse por dar forma).