NO POR IR RÁPIDO SE LLEGA LEJOS

La almohada de sus piernas

Me recuesto en sus piernas y le pido que me lea lo que acaba de escribir.
La poesía es un mush-up de sentimientos bien manifiestos. Empieza diciendo "cuando me pierdo con vos, me encuentro...", y desde ahí mi mente no puede retener más, se pierde al encuentro con su voz.
Su tono es suave, la rítmica un canto, los énfasis bien puestos.
Termina de leerla y me mira a los ojos esperando una respuesta. Le sonrío. Seguramente mis pupilas estén brillando. Doy cuenta de que quiere introducirse en mí para conocer mejor mi opinión. No le digo que es perfecta -un poco de misterio está bien, ya se lo haré saber menos expreso y más merecido.
-Ahora escribamos una poesía los dos- propongo con esa cosa tan esnob que me caracteriza.
Se ríe y me dice que tiene que terminar de escribir eso... yo creía que estaba terminado.
Logro acordar que entonces me acaricie el pelo unos cinco minutos. A su encuentro, mi mente se pierde otro vez.


Olvido en las rocas

Es más fácil odiar que aprender a dejar de amar.
Me pregunto si no debiera inducir un fusilamiento hacia mí.
Abrir la celda de los sentimientos fantasmas...
¡Y que escapen! Y corramos lejos en dirección opuesta y en zigzag.
Pero no, sin querer nos empecinamos en adiestrarlos como a las palomas.
Y vuelven, pues aún hay alimento que los nutre en la jaula.
Entonces advierto que sin notarlo, hemos dejado rastros en nuestra huida.

¿Empuñarías el fusil?
Tanto detesto al odio que no puedo ocasionártelo adrede.
(Pensar que otrora bastante odio generé también con mis líneas poco rectas.)
Sinuoso camino. Del principio no se proyecta el fin como flecha.
Con los disparos de Cupido no nos ha ido bien.
No le echo la culpa, su puntería fue inmejorable.
Con todo, mejor partir esas flechas.
Pues en realidad las disparamos nosotros.
Somos responsables, y tal vez, en este momento, eso sea un problema.