NO POR IR RÁPIDO SE LLEGA LEJOS

Diáspora de seguridades



La balanza imperfecta marca la hora de la soledad acompañada.
Fronteras borrosas, las campanas no encuentran armonía: algunos lo llaman estética original; para otros es ruido insoportable; los sordos, ni siquiera se enteran.
El mismo verano y la lluvia cae sólo en los suelos inundados; mientras tanto, las sequías resquebrajan la piel de quienes ayer quisieron salir a aprender a andar por las arenas.
El oasis fue real. El tránsito por el desierto también lo es.
Hoy el lago hidrata a otros deambulantes. No hay camino de vuelta, los retornos son ilusorios. La fuente no es la misma.
La yema de los dedos que deseaba recorrer las dunas, ahora no soporta la arena bajo los pies, el sentimiento el de un exiliado voluntario, no el del arrepentimiento. La arena arde, y los pies se sienten helados.
El extravío valió la pena. Las piernas que han recorrido tantos desiertos, saben elegir donde pisar. Y si parece que las pisadas están perdidas, tal vez más adelante se pueda decir que seguían una dirección.

¿“American way of life”? (Parte I)


¿“American way of life”? (Parte I)

Rondaba la mitad del siglo XX, cuando filósofos, sociólogos y culturalistas, problematizaban acerca de los cambios que se sucedían en un mundo y un mapa político-económico internacional que, tras el New Deal, la Segunda Guerra Mundial y el Plan Marshall, era reconfigurado y parecía conllevar una nueva disposición de los escenarios de poder.

La materia no era totalmente nueva, pero tal como lo sugiere Ágnes Heller en “De la Hermenéutica en las Ciencias Sociales a la Hermenéutica de las Ciencias Sociales”, no eran pocos los acontecimientos mundiales que obligaban a repensar ciertas creencias que se tomaban como verdades: la bomba atómica ponía en cuestión la confianza en las ciencias como salvadoras de la humanidad; los campos de concentración eran para muchos la prueba de que la razón y la división del trabajo podían ser igualmente instrumentados en la industria de la muerte, alejándose de la fe en el progreso indefinido; la esperanza depositada en la alternativa socialista que encarnaba la URSS, parecía diluirse con el Gulag y el robustecimiento de Stalin.

Historiadores acuerdan en situar los comienzos de la Guerra Fría por aquellos años. Un enfrentamiento que tomaría forma de constante tensión latente, siempre proclamando el riesgo de una lucha armada directa (aunque no muchas veces fuera del todo real esa posibilidad), pero sobre todo de una medición de fuerzas en territorios ajenos, de disputas diplomáticas y hasta de competencias en los distintos campos de desempeño de la modernidad: desde el tecnológico con la carrera espacial, hasta el deportivo con el medallero olímpico, pasando por las obras literarias y las estadísticas de bienestar y justicia social.

Pero cada área no puede ser pasada por alto como un lugar más de embates, no debe ser equiparada a las demás zonas de contienda y barrer con sus particularidades distintivas, ya que los cambios allí introducidos, generaron en casos, importantes cambios en los modos de vida y las cosmovisiones de los sujetos, y decidieron en otros, rumbos de la historia del siglo.
Lo que sería dividido por muchos investigadores, como la “esfera cultural”, sería una de las líneas más dinámicas y que más alteraciones sufrirían a lo largo del Siglo XX. En realidad, esto que para muchos era considerado como un lugar con funcionamiento a partir de reglas internas propias (visión que corría peligro de separar las fuerzas que en el análisis se le atribuían a este campo) o como un compendio de cierto tipo de bienes y actividades (los habitualmente llamados “altos”), era para otros como Raymond Williams, considerado un proceso social total, a partir del cual los hombres se reconocen y configuran sus prácticas, creencias e interpretaciones, el cual está atravesado por un sentido de la realidad y el entorno, posiciones adoptadas, tradiciones y consumos. Para Williams -apoyándose en Gramsci- la Cultura no era un reflejo superestructural, resultado de los vaivenes económicos, sino un proceso articulado con esos movimientos (con mutuo condicionamiento, variable) e igualmente influyente en el desarrollo de la praxis material.

En particular en Europa se viviría la preocupación de algo que para algunos podía ser –sin más- entendido como “americanización”. Esta terminología da cuenta del lugar central que los Estados Unidos de Norteamérica habían pasado a ocupar, tanto porque en su nominación se totaliza y homogeniza al continente americano, como porque todos los rasgos que se atribuían a ese fenómeno de la “americanización”, eran en verdad modos y estéticas más bien específicos de ese país.
No es sencillo determinar si puede hablarse de una real “norteamericanización”, pero parece difícil negar que muchas formas de ver, pensar y vivir el mundo, gran cantidad de modos de hacer, características y apariencias, que se correspondían al “American dream”, empezaban a aparecer de distintas maneras en otras zonas del mundo, comenzaban a articularse –no sin tensiones ni resistencias ni luchas concretas, y no siempre efectivamente- con cosmovisiones y haceres de distintos pueblos (en sentido amplio). Es cierto que ya desde años atrás el mundo había achicado sus distancias a partir de las nuevas tecnologías de la productividad, pero especialmente de la comunicación y el transporte, reducción que concretamente adquiriría el rasgo de influencia por parte de las potencias económicas, sobre los países con mercados capitalistas menos independientes; sin embargo, el período de posguerra mostraba un crecimiento geométrico en la influencia norteamericana.
Tal vez puede tomarse como una de las variables más representativas, la cantidad de productos de consumo provenientes de los EE.UU., que pasaban a recorrer los mercados del mundo. Sabemos que los consumos traen creencias y prácticas particulares asociadas, que no se trata sólo de un uso material que se hace del objeto, sino también de una atribución simbólica al mismo, de una serie de poderes aparejados a la mercancía. Asimismo, era superlativo el crecimiento en bienes de los considerados “culturales” que pasaban a ser exportados: historietas, productos de la industria musical, los films y sus personajes del “Star system” de Hollywood, etc., todos dispositivos que mostraban y enaltecían un modo de vida norteamericano seleccionado, que proponían visiones para dar e invitaban a sentir deseos establecidos, a pesar de que muchas veces fuesen poco correspondidos con los del lugar desde el cual eran leídos.

Efecto de un deseo negado



Había un “sí” tan grande de tu parte, que te llevé hasta que me digas que “no”.
Ni un golpe, siempre de manera honrada para un lord… de manera apestosa.
Tomé un vino fino de 300 pesos como si fuese de caja.
Los golpes en la puerta, sin salir a atender, esperando a que llegue el día en que mis palabras valgan la pena por ser escuchadas.
Y quiero beber tus lágrimas, justo en el momento en que aprendiste a no llorar por estupideces. (“Justo”: momento en que hay equilibrio, si lo hay –y sí que lo hay, pero jamás es el mío.)
Las mentiras no son menos reales que las palabras; no hay otras verdades para ofrecer, al menos son más sinceras que las fantasías creíbles que pudiese hacer creer.
Mierdas que han olvidado que lo son. Se jactan de buen aroma y olvidan el culo que les dio a luz. Más vale tirar la cadena a tiempo.
Quiero lo que querías una vez seguro de que no vuelvas a quererlo.
Lo hacés a tiempo. Me aseguro de eso.
Te vas, te ME vas. Lejos, donde siempre tuviste que ir, adonde querías llegar.
Mejor consolarme pensando que serví a tu agilidad para recorrer distancias. Ya no podrán frenarte tan fácilmente.
A mí me queda ese sabor de saber que al menos una vez fui hasta el límite con lo que quería… ¡por supuesto que ya era tarde! No había otra forma de lograr que así lo hiciera, nada más el modo de saber que no conseguiría nada.
Gracias.