NO POR IR RÁPIDO SE LLEGA LEJOS

El asesinato de un ser imaginario


Me creé un ente imaginario que me tira migas delante.
Organizó y pensó lo que yo quería,
Pero tuvo la precaución de que siempre mantenga mis preocupaciones en aquello que no quiero.
Sacude la sortija delante de mí y yo doy vueltas. Ansiedad. Presura.
Loco carrusel; armas del placer (indeseado o no, ¿quién sabe?); beligerancia de júbilo consolante en una esfera que se sacude y se sacude.
Hay un espectro que me habla todo el tiempo, que quiere que no corra mi mirada de la suya- camina de espaldas y me sigue hablando aceleradamente.
…Lo mato. Recapacito sobre el hecho de que es imaginario.
Escucho mi respiración.

Desnudando al sentido común

El Sentido Común no existe como tal, del modo en que intenta ser utilizado en innumerables argumentos. En un análisis mínimamente riguroso, queda a la luz que su centro desde donde propone cierta imposibilidad a ser refutado, en realidad es un vacío relleno con valores relativos sacralizados.
Es acumulación de Poder puesto en funcionamiento, haciéndose efectivo en el discurso de quien lo utiliza y quien cree en él, en tanto que es un intento por naturalizar, por hacer absoluto algo que en realidad podría ser de otra manera. Es un intento por hacer parecer inequívoco y universal, algo que es cultural, creencia y parcial.
Lo más seguro cuando alguien intenta justificarse diciendo que tal o cual forma de pensar o de accionar, es de Sentido Común, que tiene origen en él, o que se explica por él, es que: A)en realidad desconoce cuáles son las causas que influyen sobre esa creencia o accionar; B)conoce la/s causa/s pero prefiere, por algún motivo, evitar describirla.
Sucintamente, pase revista ontológica al par de palabras que aquí me interesa:
- “Sentido” refiere tanto a (1)dirección de algo; como a (2)una sensación producida en un cuerpo –p.e.: “estoy muy sentido”, “lo siento mucho”, etc.-; (3)el funcionamiento de un aparato de percepción particular –sea oído, vista, etc.-; asimismo refiere a (4)la lógica interna de algo –p.e.: “esto no tiene sentido”-; y por último, (5)el punto que más me interesa, el que está más investido por el uso semiótico y lingüístico, el vinculado a “idea”, “efecto producido en una mente”. Es posible y hasta necesario asociar las 5 acepciones señaladas, pero sobre todo, la relación que nace de (1) y (5), que resulta en la direccionalidad de una idea, de un efecto a producir: un efecto de sentido (apuntando a movilizar creencia, aun sin intencionalidad alguna).
- “Común” puede entenderse por (1) algo normal, habitual, frecuente; así como por (2)algo de calidad media, es decir, no despampanante; o atendiendo a su (3)derivado de “comunidad”, como algo relativo a todos los que intervienen en esa comunión – p.e.: “de común acuerdo”, etc.-. Acompañando a la acepción que he destacado de “Sentido”, el término “Común” que se utiliza, ha de estar más cercano a (3), pero es sobre todo una maximización de este, refiere sobre todo a la comunidad más general de todas, casi a la Humanidad toda (en realidad es a la humanidad “realmente sana, la que tiene sentido común”).
Entonces, esa vinculación entre “Sentido” y “Común”, se presenta como si fuera el menor denominador de la razón, del pensamiento racional. Es utilizado intentando hacer figurar un supuesto elemento básico de la inteligencia, que cualquier humano lleva en su espíritu.
Pero aquí subyace precisamente el elemento de movilización de Poder, la acumulación y ejercicio de este por parte de la Hegemonía, ya que cuando hablamos de “pensamiento racional”, nos debemos referir a un modo de producir significado, más que a un cúmulo de significados concluidos. El uso de “razón” al que la habitual utilización de Sentido Común hace alusión, es en realidad un número determinado de prácticas, valores y creencias de lo que autores como Williams o Thompson llamaban la Cultura Hegemónica Dominante –cabe aclarar, la Burguesa que se impone en las sociedades occidentales.
Entonces aquel “espíritu” que subyace al decir de Sentido Común, no es la espiritualidad de cualquier hombre de cualquier cultura, sociedad o clase social, es el espíritu que se ha hecho carne en aquel que utiliza la denominación “sentido común” al hablar.
De este modo, al que no está de acuerdo con "el Sentido Común" (es decir, quien no reproduce sus prácticas y creencias)–ese que intenta mostrarse como universal, natural, general y absoluto-, se lo ubica en el lugar de carente de raciocinio (por no compartir la opinión, por no aceptar los imperantes de la Cultura Hegemónica Dominante, se lo califica de alguien que no puede pensar racionalmente), se lo califica de sujeto sin inteligencia, o hasta de inferior, por “no contar con la unidad mínima de sentido”.
Claro está, esto no quiere decir que quien hace uso del par “Sentido Común”, sea un xenófobo o totalitario, lo que, creo yo, queda demostrado, es que en ese uso en realidad hay un activo funcionamiento del entramado social de Poder, aparece operando una compleja construcción de una creencia, una forma más de ver la realidad, que se impone como La forma de ver La Realidad –es decir, una única correcta.
En la utilización de lo que habitualmente se nombra Sentido Común, se nos aparece un especial punto de abordaje a las tensiones que conviven en una sociedad de clases como la capitalista occidental posindustrial mediatizada (nomenclatura que da Eliseo Verón a las principales sociedades occidentales de fines del Siglo XX). Esto último, porque en eso que se busca llamar Sentido Común, hay un cierto consenso de lo que “la vida” y “el mundo” es, y hasta “todos nosotros” somos. Y bien sabemos gracias a Gramsci, que la producción de consenso es una forma de dominación que se da en la hegemonía, y por cierto, una aun más efectiva que la cooptación o la dominación física directa, ya que es una forma “solapada”, una que quien adopta siente como propia.
Pongamos las cosas más en concreto imaginando una situación:
Argumento: Un hablante dice: “Es Sentido Común, no se puede andar semidesnudo por ahí”.
Reflexión: Pues bien, muchas civilizaciones no han requerido cubrirse ciertas partes del cuerpo que otras sociedades del mundo y de la historia sí han tapado. Un nambikwara podría decir: “este Levi-Strauss no tiene Sentido Común, con el calor que hace anda todo tapado”. E inclusive una feminista bien podría quejarse de la desigualdad de género, porque los hombres de nuestro tiempo pueden mostrar su pecho, cuando ella sería tildada de deshonrosa por hacerlo.
Hablar de “Sentido Común” intentando justificar una visión particular, es en verdad una operación discursiva mediante la cual, lo que se hace es A)presentar a su objeto discursivo como si se tratara de un objeto irrefutable, mostrarlo de forma trasparente, y B)no reconocer que en realidad su objeto es una construcción, la cual surge en condiciones determinadas, que está producido en un contexto particular y en el cual intervienen N cantidad de variables, vale decir, no reconocer que es un discurso que está determinado, que es un discurso, que podría ser otro y que efectivamente existen otros.
Frente a estas consideraciones, me hallo en condiciones de decir que el operativo de justificación mediante un supuesto Sentido Común, se trata de una discursividad que se ajusta a lo que el semiólogo Eliseo Verón describe en el plano de lo ideológico. Precisamente por esa operación de borramiento de las condiciones sociales de producción que marcan al discurso, produce un tipo de efecto particular: “efecto ideológico”. Verón bien destaca que no hay discurso que no se encuentre socialmente producido, aun el que es producto de la supervisión del método científico nace en condiciones particulares (y ese método es precisamente una condición), la diferencia es que uno las muestra (“efecto de cientificidad”), en tanto que el otro las oculta (“efecto ideológico”).
Vale decir, en un juego de palabras, que el Sentido Común es una construcción que afirma construcciones como si estas no lo fueran, y como si el mismo no fuera una.

Ladridos sin bozal


Esas mujeres que siempre saben que las vas a abandonar y siguen detrás fumando un cigarro.
Hacía unos meses le había dicho que iría hasta donde quiera alcanzar, pero llegaría hasta donde ella me permita avanzar. Nunca es de otra manera.
Ahora la tarde se hizo noche, y la perdí tomando esa ginebra en un puto bar de mala muerte.
El tugurio de sus piernas, la pocilga de su corazón, estuvieron bien por un tiempo. Pero tarde o temprano, termino volviendo a los mismos agujeros, los nidos de mi soledad, los olores que apestan a la mañana siguiente. Lo tengo presente, aun cuando estoy en silencio mirando los faroles del otro lado de la ventana, abrazado a su cuerpo a los minutos de haber eyaculado.
En este momento estaría con vos toda la vida, pero sé perfectamente que en esta vida no pasaría todos los momentos con vos. No repetiría dos días, ni dejaría que la soga de la rutina tome la forma de nuestros cogotes sin que lo notemos.
Te veo hablar y reír en aquella mesa, del otro lado del bar, veinte pasos más allá de lo que me gustaría.
Tan resuelta. Me siento invisible, pero imagino que te enamorarías con sólo mirarme. Sé que soy un neurótico, acá estoy, sujeto a este vaso de cerveza tirada, ya sumergido en un enamoramiento enfermizo nada más que por observarte revolear el pelo, infiriendo que nunca me aburriría de esas curvas, aunque no ignoro que sólo duraríamos unas noches, por estos sentimientos nómadas que me caracterizan. ¡Demonios! Fantaseo con pararme y decirte lo que estoy pensando en este instante, recitarte uno de esos poemas que tuve la mediocre actitud de memorizar para ser conquistador en cuerpos como el tuyo; pero mi locura dice que esta vez lo recitaría como si fuese la primera vez –lo mismo que dije la semana pasada.
Entonces recuerdo lo que dijo un pibe en este mismo sucucho hace unos meses, ese pendejo al que el mesero le rompió el labio por confundirlo con uno de esos que se daban en el baño y después armaban bardo: “toda promesa encarna en sí misma su decepción”. A mí me sorprende la capacidad para fracasar sin sentir ni el más mínimo arrepentimiento; toda la vida pensé que la tristeza no era algo para ponerse mal, que era parte de la vida, y negarla, no disfrutarla, sería dejar de vivir una buena fracción de los días. Un ethos que hizo llevaderas mil penas.
Y pensando idioteces giro la cabeza y te veo otra vez. Me duele verte, sos una obra de arte que las palabras no podrían explicar. Me convenzo de cómo sos, me digo que me amarías si me conocieras. Pero también reconozco que es más bella esta fantasía que guiona mi deseo y jalona mis hormonas, que lo que podríamos vivir juntos. Perderías esa magia que te rodea si te fijaras en mí.
A los minutos, ella vuelve de la barra con su copa de vino espumante. Le pido disculpas, y vuelvo a la pieza alquilada que tiene un amigo yendo hacia el suburbio.

El cuerpo de la pasión

Hablar de la pasión en el cuerpo, implica hablar de los efectos de lenguaje que ponen en juego elementos como son la necesidad, la demanda y el deseo. Pasión del significante, sí, pero también mortificación, porque el abrazo del significante es negación de lo natural, de la naturaleza del hombre, negación que lo realiza en el lenguaje, veamos cómo se articulan estos conceptos.
Por necesidad nos referimos al apremio de la vida, a las necesidades organizas vitales, que son constantes hasta que se cancelan vía una acción específica, llevada a cabo por un Otro de los cuidados maternos, puesto que el humano es prematuro al nacer, no puede valerse por sí mismo.
Entonces ligamos la necesidad a la acción específica y por ende a un objeto específico, marcando una tendencia a la homeostasis, mantener la estabilidad entre estímulos y respuestas, por disminución de la tensión de estímulo. Pero estas necesidades son interpretadas, por ese Otro mediante sus significantes (los cuales están sometidos a la condiciòn de reducirse a elementos diferenciales últimos), así se efectúa el primer efecto del lenguaje, desde el lugar del Otro, lugar de la batería significante, se introduce al niño en el baño del lenguaje, sus demandas son filtradas por el significante, al tiempo que toda demanda de niño se realiza con los significantes del Otro, porque es este el que lee las necesidades del niño.
Esta captura del viviente, pura necesidad, por el significante da lugar a algo diferente de la necesidad, la pulsión y por decantación, un objeto diferente; el objeto pulsional, lo más variable y contingente, porque las pulsiones son parciales, se satisfacen independientemente.
¿Y esto porqué? Porque el efecto del significante produce una falta del objeto, el objeto como referencia, que podría colmarla, cae como resto, el objeto es una falta, por esto las pulsiones no se cancelan, se ha perdido la armonía en la relación de objeto, de que las cosas encajen.
Diremos que las pulsiones, siempre parciales, nos refieren a un cuerpo distinto del orgánico, al cuerpo pulsional, cuerpo fragmentado en lo que diremos, zonas erógenas, las cuales tienen forma de borde y refieren a lugares que sostienen una función vital, diremos que estas se apuntalan en las funciones de autoconservación vitales.
Entonces estamos contemplando que si hay pulsión, es porque es despertada por aquel Otro de los significantes, el cuerpo libidinal: es un efecto del lenguaje, de la pasión del significante, el cual corta, divide, segmenta el cuerpo en zonas que dispensan goce, diremos plus de gozar, pues el goce como unidad, unificado, se ha perdido, solo hay goce parcial -repetimos-, las pulsiones son parciales,no por nada el hombre tiene el afán de "gozar como los animales", podemos pensar que respecto de los animales sí podriamos hablar de un goce-todo, completo, armónico, pues no están tomados como el humano por el significante.
El significante produce del viviente al sujeto sujetado por el significante, pero sin que haya un significante que lo represente, por eso está borrado, está en falta y diremos que si hay plus de gozar, es decir, un suplemento para lo que no hay(goce-todo), podemos decir que hay una falta de la que se goza, pero que también es causa, no meta, sino empuje. ¿De qué? Del deseo.
Hay deseo porque hay falta, por esto decimos que el deseo no se satisface, el objeto del deseo está perdido. Así, podemos pensar que el deseo es deseo de algo que nunca se tuvo y esto es lo que no puede ser captado por el significante, no hay significante que lo represente, que lo nombre, que lo diga, y ese algo es lo que hace agujero en el lenguaje, en lo simbólico, el deseo es algo que toma al sujeto, el sujeto es pasivo.
Terminaremos diciendo que el deseo es la función social por excelencia, lo cual abre un panorama de cuestiones que nos van a permitir aclarar mejor de qué viene este objeto que es una falta, y cuál es su valor.