NO POR IR RÁPIDO SE LLEGA LEJOS

¿Vos qué hacés?

Cuando se me pregunta: “¿vos qué hacés?”, no empiezo contestando por el trabajo. No respondo descomprometidamente. No porque pretenda hacer una verdadera carta de presentación, sino porque yo mismo creo que lo que hago tiene cierto compromiso conmigo. No porque el trabajo no lo sea –aun si uno lo hace descomprometidamente-, sino porque no es mi hacer más importante. Habitualmente se contesta ese “¿vos qué hacés?” con un “Soy abogado/alfarero/policía” etcétera, o también “estoy sin trabajo”, “estoy estudiando”. Si hay algún hecho destacable que sucedió recientemente, puede ser también que se lo mencione: “tuve un hijo”. Pero de no haberse dado algo tan trascendente, casi seguro que se comenzará respondiendo a qué hace uno, con el trabajo que hace. Yo respondo: leo, escribo, camino con calma, observo, reflexiono, actúo. Más allá de lo naif que esto resulta, en mi caso yo no comparto que lo más importante que hago es trabajar, más allá del lugar considerable que ocupa en mi vida, me identifico más con otras acciones que realizo, creo que dicen más sobre lo que me interesa. Lo asombroso es cómo se desnuda que el mundo occidental pone casi por delante de todo lo que las personas hacen, al trabajo. En efecto, no son pocas las corrientes de pensamiento que han postulado que la vida moderna se estructura muy consistentemente entorno al trabajo que los sujetos realizan para conseguir sus recursos, variando así toda su existencia en base a si es asalariado, dueño, etc. Tal es así que comúnmente se utilizan categorías como Clase, que tienen que ver con el trabajo, el nivel de ingreso, el patrimonio, el consumo, y se las clasifica como organizadoras de los grupos sociales. “¿Vos qué hacés?” Diariamente, esa preguntita recorre las conversaciones de los vínculos interpersonales. Parece apenas eso, una preguntita, la cual pasa desapercibida y consulta por lo superficial, pide por una breve mención de las cosas que alguien hace. Sin embargo, una importancia trascendental reviste esta pregunta que parece ser pura formalidad. Puede decirse a primera impresión, que la respuesta a esta pregunta también suele darse desde pura formalidad, que comúnmente no es más que un lugar común, un mero estereotipo. Es la respuesta una suerte de creencia axiomática: nos indica el orden de importancia que socialmente se da a lo que las personas hacen. Las ordena jerárquicamente. Si la respuesta es ordenada empezando por el trabajo, la familia, algún proyecto particular, entonces da una pauta parcial del valor jerárquico que se le da a las acciones. Indica brevemente qué se considera lo más destacable en la vida de las personas, si no hay nada digno de mención. Da información sobre qué se cree que define a la vida de los sujetos. En los lugares comunes radica una información valiosa para quien escucha y observa con detenimiento. Se puede interpretar, a partir de esos formalismos en los que quien contesta parece no poner nada de sí para crear nada nuevo, una suerte de grado cero de lo que socialmente se dice sobre “el hacer”, sobre lo que una persona hace, sobre a qué dedica su tiempo, es decir, en parte, sobre quién es. El estereotipo, también es un tipo, un modo de ser, que suena a dos bandas, que resuena fuertemente. Algo nos dice sobre lo que da base a la conversación, algo así como lo convencional a lo que se acude en las conversaciones, para no profundizar demasiado en la cuestión de quién uno es y qué hace de su existir.

¿Acaso no fue real?

¿Todo eso fue un sueño o pienso que lo fue porque desde entonces no dejo de soñar con ello?
Pero es que todavía escucho su risa tan viva y su voz que me dice al oído que todo va a estar bien, aún huelo su perfume, siento su respiración agitada y sus manos que me aprietan la espalda, llevándome más contra ella cuando hacemos el amor.
¿O es que acaso todo eso no fue real? ¿Y si todo eso no fue real, a quién le estoy escribiendo yo?
¿No era real el sonido tan vívido de los latidos de su corazón cuando apoyaba mi oído en su pecho?
¿Construí en mi mente el hecho de haberme quedado mirándola mientras dormía?
¿No la llevaba en brazos cuando ella no podía pisar?
¿No eran verdaderas las poesías que yo veía en sus piernas, las pinturas que para mí eran sus lunares?
¿Tampoco existieron sus palabras precisas, las charlas a corazón abierto y las miradas que hacían sentir que nada más existía alrededor?
¿Y los besos, las suaves mordeduras en los labios, las caricias en el pelo?
¿Qué fueron esas lágrimas desnudas de la coraza que solemos vestir para protegernos, aquellas que no pudimos ni quisimos contener cuando nos despedíamos?