NO POR IR RÁPIDO SE LLEGA LEJOS

El monstruo seguía violándola


El monstruo seguía violándola. En una habitación fría de vidrios empañados por alientos crudos, el monstruo la violaba, y lloraba, y seguía violándola.
Se oía la risa de la víctima, una leve carcajada de niña que por su agudeza no debía superar la pubertad. Risita, dulce, risita provocadora de las que no cesan cuando se les da lo que provocan, porque lo aman: ser víctima de un idiota victimario.
Ya no había vuelta atrás, el monstruo la violaba, brusco como su pasado, arrepentido no de su acto sino de todo. Al contrario, el ángel ya saboreaba declaraciones acusadoras; no deseaba escapar, incitaba abusos.
El monstruo lloraba, se detenía, miraba derredor, tal vez pensaba, sacudía la cabeza y, llorando, seguía violándola.
Del otro lado de la cerradura los nenes curioseaban, disfrutaban con repugnante asombro y asqueroso apetito, tanto la picardía de mirar algo que guardaría, como lo que veían. La violada sabía que estaban allí, dirigía de tanto en tanto su celestial mirada por la hendija, mordía su labio inferior con una sonrisita, y reía de dolor.
El llamado a los paparazzis por parte de la Ley ya había resultado en cita tras la espera de estos en el sitio, tras esperar que se enchufaran los equipos y calentaran las máquinas. Era un error enmendable. Ya era la instancia de entrar, derribar la puerta, de la verdadera penetración.
¡Una primicia de sensación! Había con qué mantener el morbo de la audiencia conforme por unas semanas.
Los creadores del monstruo: desentendidos e indignados. El monstruo, huérfano de sí mismo, violado, violaba.