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Separar al mundo en realidad y fantasía, no es otra cosa que una forma de administrar la percepción, de controlar los horizontes de posibilidades, el mundo y el futuro que nos proyectamos.
Arrancarle lo fantástico al mundo, es despojarnos de la imaginación. Se trata de presentar a “lo real” como algo acabado, casi inmodificable, a lo cual tenemos que resignarnos.
Es un mecanismo por el cual nuestros propios cuerpos interpretan lo que viven dejando poco margen para la sorpresa. Son creencias que condicionan a los sentidos.
Es una estrategia de control, por la cual uno mismo se limita a desplazar ciertos pensamientos, a apartarlos y desecharlos por no corresponderse con lo que se cree que “la realidad” es. Así antes de intentar algo, ya se lo tacha de imposible, sólo porque la lectura social incorporada lo ubica del lado de lo “fantástico”.
Pero las leyes que rigen por lo que entendemos por lógica, por esa racionalidad de causa y efecto, no pueden dar explicación a todo lo que atraviesa nuestras pieles, nuestras imágenes mentales: existe lo irracional; occidente no tuvo más opción que admitir el inconsciente; está la creación; hay risa; tenemos arte transgresor; nos vibra esa música que se nos mete y desde adentro nos hace mover; sentimos el amor… sí, lo sentimos.
El mundo es realidad y fantasía a la vez, esa separación de la modernidad no existió en todos los tiempos, es vivido de distintas maneras en otras culturas. Acá sólo es matematización y desencantamiento del mundo. Lo fantástico no necesita inundar la realidad, porque el mundo no está dividido de esa manera: la realidad ya es fantástica; la fantasía es real.
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