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El universo es totalmente indiferente a nosotros, ningún interés tiene el infinito en preservarnos, ni a la humanidad ni a lo que esta entiende por naturaleza. Esto no significa que no haya causas y efectos en el cosmos, sino en todo caso que no hay intencionalidad alguna en su orden, el cual, a mi juicio, en su modo de funcionar, se acercaría sobre todo a lo que en nuestro lenguaje definiríamos como “caótico” -lo cual para nada quiere decir que no existan leyes en él, sino en todo caso, que a la luz del pensamiento racional humano de la cultura occidental, estas son inaprehensibles en su totalidad.
Precisamente por ello es que las vidas de los seres vivos valen algo, o merecen, por lo menos, ser vividas. Justamente porque ningún universo y ninguna deidad espera algo de nosotros, ni depara algo a nuestras experiencias. No hay camino trazado, no hay fin predestinado. Pero no todo está por improvisar: hay existencias anteriores al ser vivo, hay seres que sí esperan cosas de nosotros, así como nosotros amamos a otros seres.
¡Cuánto más en el caso de los humanos! Nacemos en sociedades con lazos familiares, modos de comportarse y horizontes de expectativas vinculados a nuestros orígenes, etc. Pero, si hay en realidad contingencia –y sobre todo en la Modernidad puede decirse que hay conciencia de ella-, es sobre todo, por esa indiferencia del universo para con nuestra existencia. Su indiferencia no es hostil, tampoco es apática, al contrario, es liberadora, y no porque sea consciente y cumpla con un acto de bondad, sino más bien porque es realmente indiferente.
En realidad, eso que damos en resumir como “universo”, se constituiría como el infinito número de sucesos y fenómenos posibles que pueden sucederse, desde espacios hasta vacíos, desde coaliciones hasta uniones químicas, pasando por acontecimientos humanos, catástrofes naturales o planetas concebidos como unidades.
Esto no implica que tomemos odio a la existencia, al universo, ni tampoco a todo lo construido por la humanidad, sino más bien que podamos optar, y que una de esas opciones sea el amor, opción que se ha demostrado bastante más saludable que el rencor. Que el universo no nos preste atención no quiere decir que todo sea lo mismo para el mundo de los hombres. Una cosa es que el universo no se interese en la raza humana, otra muy distinta sería que la raza humana no se preocupe por sí misma, por el resguardo de su mundo. Al contrario, es ciertamente porque nada ni nadie se ocupará de cuidar de la humanidad, lo que me motiva a pensar que la humanidad deberá cuidar de sí, de su hábitat, y que corresponderá a ella elegir formas de hacerlo. En efecto, esto habilita a que el hombre pueda actuar la historia, pueda proyectarla y ensayarla, así como escribirla.
Tomar conciencia de la contingencia (o hacerla nuestro destino, en palabras de Ágnes Heller), abriría las puertas al autoconocimiento, una carretera que no conduce a certezas tanto como a libertades. Saber que lo que se está haciendo es pensando, nos ayuda a pensar. Admitir que lo que se hizo fue una elección, nos ayuda tanto a elegir como a hacer. No se trata de creerse todo-poderoso ni pensarse por fuera de los condicionamientos y limitaciones que nos exceden, sino de reconocerlos para así comprenderlos y, por qué no, modificarlos también.
Eso es lo infinitamente positivo que podemos rescatar del rescate que no nos brinda el infinito.
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