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La balanza imperfecta marca la hora de la soledad acompañada.
Fronteras borrosas, las campanas no encuentran armonía: algunos lo llaman estética original; para otros es ruido insoportable; los sordos, ni siquiera se enteran.
El mismo verano y la lluvia cae sólo en los suelos inundados; mientras tanto, las sequías resquebrajan la piel de quienes ayer quisieron salir a aprender a andar por las arenas.
El oasis fue real. El tránsito por el desierto también lo es.
Hoy el lago hidrata a otros deambulantes. No hay camino de vuelta, los retornos son ilusorios. La fuente no es la misma.
La yema de los dedos que deseaba recorrer las dunas, ahora no soporta la arena bajo los pies, el sentimiento el de un exiliado voluntario, no el del arrepentimiento. La arena arde, y los pies se sienten helados.
El extravío valió la pena. Las piernas que han recorrido tantos desiertos, saben elegir donde pisar. Y si parece que las pisadas están perdidas, tal vez más adelante se pueda decir que seguían una dirección.
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