-¿Y Marx?- preguntó Gramsci a Lenin.
-Fue
al shopping a comprarle un regalo de navidad a Hegel- intervino Trotsky
asomándose por la ventana con una caipirinha helada en la mano.
-No era Marx, era Stalin disfrazado de Papá Noel- aclaró Althusser encendiendo un puro con un desodorante y un anafe.
Entonces apareció Merleau-Ponty desnudo, con Foucault sosteniéndole las pelotas.
-¿Qué hacés así vestido, deforme?- le recriminó Castoriadis. –¡Vestido
con alguien en los huevos! ¿Qué imaginaste? ¿Y vos, Foucault, no sabés
que Nietzsche dijo que Dios ha muerto?
-Además sos vos el que agregó que también el sujeto ha muerto- sumó Levi Strauss.
-¡Callate vos, estructurado!- le respondió Foucault a Levi Strauss.
–Hacé con el sexo algo fuera de lo establecido y después hablá.
Mientras tanto, a un costado, Adorno y Horkheimer jugaban al ahorcado
con Benjamín, que por algún motivo llevaba un disfraz de Mickey Mousse y
siempre repetía la letra A en el juego.
Cada tanto todos miraban el
baile erótico que Rosa Luxemburgo y Hannah Arendt hacían a un costado.
Sacudían sus senos y se lamían los dedos, aunque sin siquiera mirarse la
una a la otra.
Cuando bajó el sol, Freud trajo unos canapés para
el bajón y adelantó que si los terminaban todos, podían ir al mar a
chapotear un rato. (Lacan, ni lerdo ni perezoso, ya tenía la malla y el
salvavidas de patito puesto.)
Antes que ninguno siquiera agarrara
un canapé, Berman ya se los había metido todos en la boca y trataba de
pasarlos como si fueran una bebida. Esto ocasionó que Sartre tuviera que
frenar a Kant, que no toleraba tal acto de egoísmo y ya se dirigía en
dirección a Berman con los puños cerrados.
Nada por destacar esa tarde en el Olimpo moderno.
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